Ceguedad

Camino de puntillas por el sendero como si no quisiera despertar aquello que ha dormido en mí durante siglos. Me esfuerzo por seguir el camino recomendado por generaciones sin tomar atajos, sin distorsionar la verdad y sin exponer lo que realmente brilla. Las cerraduras prohibidas han perdido su llave y, aun si intento abrirlas, mis manos se vuelven resbaladizas con la misma esencia que emana la cordura a medida que uno crece. Pequeños hilos de luz amanecen en mis ojos, recordándome cómo tejieron la luna y cuántos escaparon de su belleza para evitar tentaciones.

Somos más que lo que hacemos o decimos, susurrando a los duendes de los sueños que huyen cuando las preguntas se agotan. No me sigas si no quieres perderte, pues no es un laberinto ordinario; carece de simetría y de una salida, conteniendo solo puntos de decisión dentro de las respuestas más intrincadas, donde muchos todavía residen. Ya no miro hacia abajo, pues he perdido todas las pistas que una vez susurraron en mi oído; ahora las nubes me ayudan a encontrarme una vez más en este universo infinito de definiciones.

¿Cómo se llama ese arte que intentas pintar con colores audaces y sueños indómitos, el lienzo de la vida, una pintura singular, descifrando sabores y caminos sin nombre? ¿Qué podemos hacer con lo que imaginamos o inventamos, a partir de susurros de posibilidades tan vastas, con un toque de fortuna y valentía en lo más profundo de nuestras almas donde residen los sueños?

Si pudiéramos tocar la textura de lo que sentimos, acariciar la esencia de la esperanza y el deseo, dar vida a los fragmentos que el tiempo robó, desvelaríamos un mundo donde los sueños nunca se cansan. Pues en el tejido del tiempo, desgastado y roto, yace la sabiduría de las edades, esperando a ser explorada, el camino hacia lo imposible, no tan concurrido como se lamenta, con horizontes infinitos, donde los sueños permanecen inalterados.